La verdad, no empezaré diciendo las circunstancias bajo las/por las que me enteré de la citación de jurado de votación, ya sea porque no me acuerde como estaba el clima ese día, si había desayunado y que desayuné o porque no sea el motivo central de este relato. He podido fragmentar este relato en una parte en vez dos partes aun sabiendo personalmente las negativas de leer un texto largo.
Como ciudadano ejemplar
que soy, tenía que asistir a una capacitación que duró algo un poco menos de 45
minutos que conjuntamente te dan con una cartilla donde está todo lo
mínimamente necesario para no tener inconvenientes el día de las votaciones,
pero nadie, yo incluyéndome, se atreve a hacer las preguntas que a todo novato
primerizo le interesan y no ser un ciudadano exageradamente ejemplar y
posiblemente futuro alcalde de Cartagena, como si se puede llevar bolso, si van
a dar refrigerio o si se puede meter comida como si de cinetraficante se
tratara. El día y llegada al lugar donde tenía que ejercer mi deber como
trabajador del estado fue tomando forma, así como también mi amor por la patria
que florecía en el interior de mi estómago y la expectativa por la tecnología
biométrica que tampoco es tema central del relato.
A unos 14.5 pasos
aproximadamente, logré avistar, a lo lejos la tan anhelada mesa 9 en todo el
centro de lo que parecía ser una especie de coliseo, reflejando el hermoso sol
de las 7.22 de la mañana que parecía estar llamándome para adornarla y lo mejor
de todo sola solita, como había predicho días antes, a las 7 para llegar a las
8, no sin antes haber pasado por una manoseada sensual del agente de policía
que cuando llegué prácticamente se estaba comiendo un dedo y no es mentira; de
pronto se me pasa por la cabeza ubicar, lo que creía yo, el sitio más
importante de toda la jornada, un baño más limpio como si de anfitriona recelosa por sus cosas se tratara. Luego paso a presentarme a mis
dos primeros compañeros de oficina, sillas nuevas, mesas nuevas, lapiceros que
fallaban pero nuevos y una cantidad de papel que se iba a perder y la que tarde
o temprano teníamos que pagar nosotros mismos, ya diré porqué.
Nuestra primera misión de la jornada era pedirle permiso a una delegada de
votación que tenía un aspecto facial por así decirlo de amargada esforzada
digno de su cargo, que si podíamos rodar la mesa para que no nos pegara el sol
‘in da feiz’, son esas cosas que da una sensación de que si no se logran joderá
la gran parte de todo lo demás que se haga, lo que logramos al fin y al cabo
con un poco menos de un apuro.
Entregando la cédula para el registro de votantes, nos dispusimos a posicionar la mesa 9 a las 7.45 de la mañana con un atraso legal de quince minutos aunque en el certificado decía 7.30 a.m. y no me pregunten quien puso la hora. A las 7.59 de la mañana, según mi reloj, empezaron a llegar los primeros polluelos de la madrugada, los señores de la tercera edad a quienes madrugada es sinónimo de salir de rumba, irrumpieron con gran entusiasmo en la mesa contigua transversal, creo a la de nosotros de un solo golpe, sin oportunidad de prueba y error empezaron las primeras quejas del día, que a ustedes les pagan por estar aquí, que si es que era que no sabían escribir que tanto cuento. Al rato me doy cuenta por un comentario de unos de mis compañeros, que las cedulas que estaban habilitadas para votar en nuestra mesa que iban de 30 a 33 millones eran de mujeres jóvenes de 30 años aproximadamente y que su definición de joven era diferente a la mía. Nuestro presidente de mesa se dio cuenta que faltaba algo esencial para poder mantener el ritmo en toda la jornada, algo que instaurara orden en la mesa y le diera sentido al escenario disque porque había muchos ‘rabos’ decía él o como posteriormente declaró un profesor de una escuela de Chiquinquirá ‘hay más arena que cemento’. Asi que acto seguido se dispuso a llamar a un delegado de votación, pero otro tipo de delegado, llamémosle el tipo B esos que son chéveres, bacanes, esos cuasi-personajes que te alegran el día solo con la continuidad de su risa, que si por favor nos traía unas niñas lindas disque porque ‘ese rose de mano gruesa no aguanta’ y uno no puede decirle: ¿qué te provoca? a otro hombre.
Entregando la cédula para el registro de votantes, nos dispusimos a posicionar la mesa 9 a las 7.45 de la mañana con un atraso legal de quince minutos aunque en el certificado decía 7.30 a.m. y no me pregunten quien puso la hora. A las 7.59 de la mañana, según mi reloj, empezaron a llegar los primeros polluelos de la madrugada, los señores de la tercera edad a quienes madrugada es sinónimo de salir de rumba, irrumpieron con gran entusiasmo en la mesa contigua transversal, creo a la de nosotros de un solo golpe, sin oportunidad de prueba y error empezaron las primeras quejas del día, que a ustedes les pagan por estar aquí, que si es que era que no sabían escribir que tanto cuento. Al rato me doy cuenta por un comentario de unos de mis compañeros, que las cedulas que estaban habilitadas para votar en nuestra mesa que iban de 30 a 33 millones eran de mujeres jóvenes de 30 años aproximadamente y que su definición de joven era diferente a la mía. Nuestro presidente de mesa se dio cuenta que faltaba algo esencial para poder mantener el ritmo en toda la jornada, algo que instaurara orden en la mesa y le diera sentido al escenario disque porque había muchos ‘rabos’ decía él o como posteriormente declaró un profesor de una escuela de Chiquinquirá ‘hay más arena que cemento’. Asi que acto seguido se dispuso a llamar a un delegado de votación, pero otro tipo de delegado, llamémosle el tipo B esos que son chéveres, bacanes, esos cuasi-personajes que te alegran el día solo con la continuidad de su risa, que si por favor nos traía unas niñas lindas disque porque ‘ese rose de mano gruesa no aguanta’ y uno no puede decirle: ¿qué te provoca? a otro hombre.
Marcando la X en el tarjetón, al poco rato se acerca
el delegado tipo B con un montón de gente remanente atrás para colocarla en un
grupo ya que muchos de los que tenían que ir no lo hicieron, así que nos
enciman tres personas más, para completar el tres más tres; entre ellos el
profesor de ‘hay más tierra que cemento’ y una profesora de primaria.
Habiendo completado el
grupo de la mesa 9, al poco tiempo pude conocer a las personas más sencillas
con las que he podido pasar uno de los ratos menos incomodos y posiblemente
extenuantes de la jornada, donde aprendí temas de la vida relacionados con el
maltrato intrafamiliar, mentalidad infantil de hoy en día, modalidades de
extorsión, etc. y con las cuales, tratando de evitar cualquier malentendido
sentimental que genere este texto, me he podido compenetrar, a mi forma de ver
con una personalidad descomplicada sin discrepancia entre todos con una
situación ‘x’ presentada. Saltándome la recepción del certificado de la cédula
el momento del almuerzo fuimos turnándolo entre cada uno de nosotros sin nada
digno de ser mencionado dentro de esas 2 horas a menos que cuente que una
agente de policía me regañó porque había entrado al baño de las mujeres por
equivocación, cosa que no da risa habiendo contemplado el contexto en que se
realizaba la acción y que posiblemente harán parte de las 59 denuncias por irregularidades
electorales que fueron declaradas por la MOE y de las que me enteré por El
Tiempo. Luego de varias firmas como presidente suplente en varios certificados
y bolsas, logro desbloqueado, descubrí el nombre de mi futura mascota Eulogia,
que tuve que darle clic derecho en ‘Word’ y agregar al diccionario porque no lo
aceptaba, tampoco faltó el policía ‘metemono’ diciendo que estaba prohibido
meter vicio dentro de las cabinas y una profesora de primaria quejándose
irónicamente de que no tienen el coraje de decir eso entre la ‘élite’ en la
Universidad Pública de la ciudad y mucho menos, la que llegó media hora tarde a ejercer su voto y que pasé indiferente por su lado, dejándola atrás posiblemente argumentando sus excusas con el guardia de seguridad que poco le importan esas cosas. Recibiendo el esperado
certificado de jurado de votación, los 337 tarjetones y el resto de papelería que no se usó fue por
ese 63% de personas que se quejaron en casa del calor que hace en estos días.
La primera mesa que emprendió la aniquilación y destrucción nostálgica de ese
presupuesto mal gastado sobrante, y la que pagaríamos caro junto con la de la
segunda vuelta, fue la nuestra. Poco a poco, faltando ya algo así como una hora
para cerrar la jornada y llegando personas con una tasa, que Poisson no era, de
1 cada 27 minutos, otro logro desbloqueado, se empezó con la mortandad
disimulada de papelería, digo disimulada porque en capacitación nos dijeron que
eso no se debía hacer en casita. Ahora toca esperar la mitad de la naranja que
ya ha sido partida en la que será una segunda vuelta que espero tan
ansiadamente como lo que se reclama con el certificado de jurado de votación.
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